martes, 1 de marzo de 2011

Rezar es conversar con Dios.



No es un monologar ante el silencio de un Dios grande e infinito. Pero tampoco es un monólogo de un Dios con el que puedo encontrarme sólo si callo. Rezar es aguzar el oído para los deseos de Dios, para la voluntad de Dios, para el amor de Dios y también aguzar el oído para escuchar su respuesta a mi oración.

Con seguridad, todo aquel que quiera rezar bien, comprenderá lo que los discípulos le pidieron a Jesús; que les enseñe a rezar. Cada uno de nosotros, rezando, llega a límites en los que no escucha ni siente respuesta alguna... Siente dentro de sí un gran embrollo, un gran caos, ninguna oración le resulta, le faltan las palabras y los sentimientos.

No es ningún milagro que los discípulos le pidieran que les enseñara a rezar si ellos pudieron experimentar este milagro de la oración divina. Y Jesús les enseñó a rezar. Les enseñó como primera oración la oración comunitaria, una oración en plural, "en primera persona del plural".

En mi opinión si hablas con Dios como a un fiel amigo estás siendo igual de sincero que si sientes al rezar un Padrenuestro, aunque algo que se debe de saber es que rezar de memoria sin sentir no sirve de nada.

Sara.